La disputa legal entre Disney, Universal y Midjourney y los desafíos para la industria del entretenimiento
La reciente demanda presentada por Disney y Universal contra Midjourney marca un punto de inflexión en el enfrentamiento entre la innovación tecnológica y la propiedad intelectual. En el centro de la controversia se encuentra el uso de personajes ampliamente reconocidos, como Darth Vader, Iron Man y Shrek, por parte de usuarios de la herramienta de generación de imágenes de la startup californiana, sin ningún tipo de autorización ni compensación para los titulares de los derechos de autor. Para los estudios, se trata de una apropiación indebida de obras protegidas, con potencial para causar perjuicios financieros y simbólicos significativos.
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El caso, registrado en Los Ángeles, pone en evidencia la creciente tensión entre los fundamentos jurídicos de la propiedad intelectual —basados en la protección de la creación original y en la garantía de retorno económico— y la lógica de funcionamiento de las nuevas tecnologías de inteligencia artificial generativa, que operan recombinando patrones aprendidos a partir de miles de millones de imágenes disponibles públicamente. En términos prácticos, se trata de un conflicto entre dos modelos de producción creativa: el de la autoría humana tradicional y el de la generación asistida por algoritmos.
Fundada en 2021, Midjourney tuvo ingresos superiores a los 200 millones de dólares en 2023 y, supuestamente, facturó 300 millones en el año pasado, con casi 21 millones de usuarios en septiembre de 2024, según consta en la demanda de las compañías de medios. Además, según Disney y Universal, Midjourney vende suscripciones a consumidores con precios que van desde 10 hasta 120 dólares mensuales “para que puedan visualizar y descargar copias y derivados de los valiosos personajes protegidos por derechos de autor”.
El desarrollo y la consolidación cultural de personajes como los mencionados exigieron décadas de inversión, marketing, construcción narrativa y apropiación simbólica por parte del público. La protección jurídica de estos activos no solo garantiza el retorno de dicha inversión, sino que también fomenta la continuidad de procesos creativos complejos, que serían inviables en un entorno donde cualquiera pudiera explotar económicamente el trabajo ajeno sin restricciones. Según la demanda, la industria cinematográfica de Estados Unidos genera miles de empleos y contribuye con más de 260 mil millones de dólares a la economía del país.
Por otro lado, es preciso reconocer que la inteligencia artificial generativa no se limita a la copia literal. Herramientas como Midjourney crean imágenes inéditas, aunque basadas en datos previamente vistos, de forma no supervisada y guiadas por comandos humanos. El resultado, en muchos casos, se asemeja más a una reinterpretación estética o un homenaje que a una reproducción directa. El desafío consiste en determinar el punto exacto en que esa generación de contenido sobrepasa el límite de la legalidad, convirtiéndose en una infracción de derechos de autor.
La falta de transparencia sobre las bases de datos utilizadas para entrenar estos modelos agrava aún más el problema. En este escenario, la legislación vigente se muestra obsoleta. Los marcos regulatorios actuales fueron concebidos para proteger obras humanas contra copias realizadas por humanos, no para lidiar con sistemas que “aprenden” por inferencia estadística y que generan obras con grados variables de similitud con creaciones originales. La jurisprudencia internacional todavía está en una etapa incipiente en lo que respecta a ofrecer respuestas sólidas y consistentes, y en Brasil el debate regulatorio también es incipiente, aunque gana terreno con la tramitación de propuestas como el Marco Legal de la IA.
Históricamente, este tipo de impasse no es nuevo. Tecnologías como la fotografía, la radio, la televisión y, más recientemente, internet, también enfrentaron resistencia inicial bajo alegaciones de que amenazaban los derechos de artistas, productores y autores. En todos esos casos, el sistema jurídico terminó evolucionando para acomodar la innovación, estableciendo reglas de convivencia entre lo nuevo y lo tradicional. No hay razón para creer que con la inteligencia artificial será diferente, siempre y cuando la respuesta se construya con equilibrio, rigor técnico y la participación de todos los agentes involucrados.
El futuro del entretenimiento, del arte y de la comunicación dependerá de nuestra capacidad para reconocer que los algoritmos también pueden ser instrumentos de expresión, y que el derecho de autor, para seguir siendo relevante, necesita saber dialogar con las tecnologías que transforman la propia noción de autoría. Pero la respuesta definitiva a este conflicto no vendrá solo de los tribunales. Requerirá un esfuerzo regulatorio coordinado con las transformaciones tecnológicas, comprometido con la protección de derechos, pero también con la preservación de la innovación como motor de progreso. El verdadero desafío no es impedir que la IA cree, sino garantizar que lo haga de manera ética, responsable y justa para todos los involucrados.
Por Dalila Pinheiro
Fuente: 33 GIGA